sábado, 31 de marzo de 2012

Volver

Siempre quise salir del pueblo. Me asfixiaba. Quería conocer otros lugares y empezar otras vidas. La universidad fue un buen pretexto para hacerlo y ya en esa época tenía claro que no quería volver. No podría.

Los años han ido pasando, pero hay algo que no cambia; esa sensación de cosquilleo cuando empiezo a ver el paisaje característico de las afueras: las colinas suaves, los chopos que acompañan al río, los verdes montes reforestados...el calor del hogar.

Pero ese efecto dura poco, y en apenas un rato vuelvo a sentir lo que es el pueblo:  Las miradas inquisitivas, los cotilleos, los interrogatorios malsanos que sólo buscan la comparación...que si has adelgazado, has engordado, te has cortado el pelo, has terminado la carrera, en qué trabajas, cuánto ganas, dónde vives, tienes pareja...


Hace tiempo que descubrí que no quería un trabajo que sólo sirviera para comprarme un coche más grande que el tuyo. Ni un adosado con vistas al barbecho. Ni una hipoteca a los 25. Ni un bodorrio en el Chef Nino (inserte aquí el restaurante más cutrelux de provincias situado en la carretera) invitando al primo de albacete, antiguos compañeros del insti, conocidos, vecinos que siempre saludaban.

Así que, ahorrémonos la charla...has ganado.

Plantar un árbol. Tener un hijo. Escribir un libro.

 Tener un blog.

Y hacer uso de él. Sin expectativas, sin más expectativas que escribir un diario y dejarlo en el banco de una estación para que a lo mejor alguien lo lea. ¿Que por qué sin expectativas? Porque el que escribe un blog es tan egocéntrico como un twittero, pero algo más trabajador. Pero bueno, no debemos olvidarnos que los creadores de Twitter, blogspot y demás ya conocían las debilidades del hombre y de ellas hicieron su emporio.